Miercoles 23 de Enero, 2013
COMUNICADO DE PRENSA – Se agradece su difusión
________________Contacto de Prensa:
Pedro Salinas, Movimiento 26 de Junio (Frente Popular Darío Santillán): 156-879840
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EN RELACIÓN A LOS SUCESOS QUE DESENCADENARON LA SUSPENSIÓN DEL CLÁSICO ROSARINO
Complicidades que reinan, similitudes que espantan:
El Triple Crimen de Villa Moreno, un Clásico que no fue y la necesidad de encauzar el debate
Han
pasado algunos días de estridencias discursivas y poquísima claridad.
Aún hoy, todavía no se sabe a ciencia cierta quién debería cargar con la
responsabilidad por la suspensión del Clásico. Todos y cada uno de los
implicados ya han deslindado responsabilidades, expuesto sus razones y,
precisamente por eso, parcializado el debate. Poco interesa ya la
verborrea intempestiva de los jerarcas del fútbol, la paciencia longeva
del Ministro de Seguridad o el oportunismo mezquino de quienes se montan
sobre cualquier despunte de conflicto que convenga a sus intereses. Lo
que nos interesa expresar, como lo venimos haciendo desde hace tiempo,
es la imperiosa necesidad de encauzar el debate. La urgencia por ir al
nicho estructural de la problemática, la cual esconde sus raíces tras el
velo de espanto que ocasiona la violencia desbocada.
Las
similitudes que se pueden recoger entre los trajines de la suspensión
del clásico y el Triple Crimen de Barrio Moreno son por demás
figurativas, y, aunque espante, algunos de los actores implicados
parecen calcados en su accionar.
Difícilmente nosotros,
militantes que compartimos la lucha y la dicha junto al Jere, el Mono y
el Patón, podamos olvidar algún día la pluma del Juez Caterina y su
ocurrencia de aseverar que al momento de ser asesinados, nuestros
compañeros “estaban en el lugar y en el momento equivocados”. Algo
odiosamente similar a las innumerables voces que se escucharon por estos
días repudiando la “irresponsabilidad” de que Newells haya abierto las
instalaciones del Club. Esta similitud nos convoca a la indignación,
debido a la sencillísima razón de que constituye un acto de entrega: los
pibes estaban precisamente en SU lugar, aquel donde compartimos tantas
frustraciones, proyectos y alegrías. Al que con la fuerza del entusiasmo
esos mismos pibes lograron imprimirle una dinámica social de encuentro y
relacionamiento, de solidaridad y compañerismo. Así como las familias
de Newells se encontraban compartiendo un asado o disfrutando de la
pileta, es decir: se encontraban pujando la vida social de un club que
de lo contrario perdería su más preciada esencia (y de esto los
rosarinos sabemos mucho, sobre todo de los costos que acarrea, aunque
pretendamos ahora posar de sorprendidos). Justamente, “la entrega”
reside en que debamos resignarnos a convivir en Barrio Moreno, en las
instalaciones de NOB o donde sea con los residuos del negocio
narco, con la connivencia policial y su consabida impunidad. El problema
gravitante es el ritual casi costumbrista que se va generando alrededor
de este tipo de episodios violentos, que naturalizan el parcial control
territorial y libertad de acción del que disponen un entramado de
complicidades que venimos denunciando hace tiempo, y que no tuvimos ni
tenemos pruritos en decir que encabeza la Policía de la Provincia de
Santa fe.
Y es que en relación a esta compleja trama de
complicidades, hay una similitud que obnubila por su claridad: durante
todo el año 2012 el Ejecutivo Provincial se esforzó hasta lo indecible
por asegurar que la connivencia en el caso del Triple Crimen era
ofrendada por “un sector minoritario de la fuerza que ensucia el
uniforme”. Consecuentemente, muchísimos comentarios se escucharon en
relación al clásico sobre las “minorías inadaptadas” que se enquistaron
en las tribunas y “empañan lo que debería ser un espectáculo deportivo”.
De forma monocorde, repetimos los argumentos que invisibilizan lo
neurálgico en la discusión: lo problemático radica en que esas
“minorías”, en forma cada vez más acentuada, dejan de serlo cuando
determinan y delimitan los territorios y las dinámicas sociales que le
van de suyo; y se hace eso posible al momento que confluyen en una
estructural red de complicidades y connivencia que encuentra su razón de
ser en algo más general: un proyecto político de gestión que ya
estableció ganadores y perdedores, que ya definió con extrema claridad
quiénes tienen derecho de ciudad y quiénes no. Que ya adjudicó sin
licitación posible los espacios donde desplegar las “buenas costumbres” y
los “submundos” donde asentar al malandraje. Y, mal que nos pese a
muchos, hace tiempo que algunos decidieron que las tribunas populares
también pueden ser “submundos” indómitos donde estrechar complicidades,
ya sea emplazada en el Parque de la Independencia, ya sea de cara al Río
Paraná. Y así como decimos que el Ejecutivo Provincial es el
responsable de haber profundizado esta letal realidad de autogobierno
policial, así como indicamos que el Poder Judicial continúa mirando para
otro lado o actuando de forma fragmentaria ante un problema
estructural, también debemos decir que las dirigencias del fútbol
rosarino son las mismas que apañan a las barras; algo así como la
deformación de la pasión que deviene en delito, negocios y muerte.
Hablamos
de un proyecto que con sus torpes silencios y balbuceos nos aturdió
haciéndonos saber que nada tienen que ver con la recomposición de los
lazos sociales-solidarios, sino más bien con hacer presente al Estado (y
su injerencia) para determinados sectores socio-económicos, mientras se
afanan en destilar estigmatización hacia los otros, que somos nosotros.
¿O acaso no va siendo hora de que el Ministro Lamberto deponga
sus susurros timoratos, que no son sino la otra cara de una flotilla de
topadoras “justicieras” montando la más burda de las escenificaciones en
nuestros barrios? ¿No ha quedado lo suficientemente claro que mientras
siguen cayendo “perejiles”, al mismo tiempo las cúpulas policiales
acrecientan sus patrimonios, los desarrolladores inmobiliarios siguen
blanqueando la plata grande y, la cuenta más dolorosa, se profundizan
las muertes jóvenes en los barrios?
¿Acaso alguien podría
sostener con algún grado de seriedad que el narcotráfico y los
conglomerados empresariales anexos se deliberan y ejecutan en las
barriadas populares? ¿O será que con la justeza de la realidad
alguien dirá sin rodeos que unos pocos (siempre “minorías”) han decidido
convertir a nuestros barrios en escenarios del residuo narco, con su
lastre de muerte, odio e impunidad (con su indignante lastre de
estigmatización)? ¿Quién, a estas alturas, asumirá el papel de
trasnochado que intente convencernos de que no hay ninguna relación de
sentido entre la activa presencia del Estado Municipal en las zonas del
macrocentro, y el retiro casi impúdico de las políticas sociales en las
barriadas periféricas (a sabiendas de quiénes y cómo ocupan ese espacio
vacío)?
¿O acaso no tenemos derecho a decir que no nos
sorprendería en lo más mínimo que el arma que asesinó a nuestros
compañeros, probablemente haya dormitado en algún pasado reciente en las
mismas instalaciones de NOB donde se secuestró una pistola 9 milímetros
(que por otro lado, no nos extrañaría haya sido “plantada”)? Pero
seguramente muchos intentarán hacernos pasar por locos si sugerimos que
esa maldita ametralladora tranquilamente pudo haber reposado en
comisarías seccionales (que es, por otro lado, de donde salió), en
ostentosos estudios de abogados penalistas o incluso en el mismísimo
depósito de Tribunales. ¿O no fue en el depósito de un Juzgado Federal
rosarino (cuyas instalaciones poco tienen que ver con la precaria
infraestructura de nuestros barrios) donde lo que entró como cocaína
salió como azúcar?
El silencio y la pulcritud de esas oficinas,
depósitos y despachos, es inversamente proporcional a la violencia y la
muerte en nuestras barriadas populares. Y que escuche el que quiera
escuchar: esas son decisiones políticas, eso es un proyecto político de
poder, que lamentablemente gestiona estos suelos. Como asimismo, es
justo decirlo, resultan lamentables los modos mezquinos de rapiñar esta
coyuntura por parte de la oposición, quienes a través de un sombrío
comunicado pretenden hacernos creer que “un día cambió Rosario”. Como si
las gestiones provinciales anteriores no hubieran colaborado
suficientemente con el autogobierno policial. ¿O creen que nos olvidamos
que en el 2001 no sólo campeaba el hambre y la desolación, sino también
la guerra desembozada en Barrio Las Flores cuyo desenlace significó la
constitución de la banda narco más grande de nuestra ciudad (“ciudad de
Messi”, como cínicamente la referencian) patrocinada por aquella Policía
Provincial?
Si algo demostró, con la impudicia de los que
orquestan el andamiaje de poder, el clásico rosarino, es precisamente
que las complicidades continúan reinando, que las similitudes espantan y
que el debate por ahí debe encauzarse.
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